¿Cómo reaccionará el mundo cuando partamos hacia aquel lugar que unos creemos que esta por las nubes y que San Pedro nos abre, que otros dicen que es la nada misma, y que otros creen que es simplemente otro cuerpo que al nacer nos aloja el alma?
¿Qué gente llorará por nosotros? ¿Quiénes nos juzgarán? ¿Quiénes irán a nuestro entierro? ¿Quiénes se beneficiarán? ¿Quiénes se perjudicarán? ¿Quiénes lo comentarán en la oficina? ¿Quiénes se lamentarán por no habernos dicho aquello que nunca se animó a decirnos?
Nunca pienso en estas cosas, como buen acuariano, soy futurista, planeo todo a futuro, imagino, sueño, pero los planes de entierro se los dejo a mi obra social. Sin embargo cuando me sorprende la muerte repentina de alguien, éstas cosas pasan por mi cabeza.
Planeamos tanto todo, somos los hijos de la clase media, y nos educaron para seguir los ciclos formales de las cosas. Para entrar a una buena universidad, entramos a un buen secundario. Para conseguir el trabajo que queremos, elegimos nuestra universidad. Para conseguir un mejor trabajo del que tenemos, hacemos un master. Y así realizamos estos preparativos para un gran evento, los padres para con los hijos, y los hijos para con los padres. Pero “la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes” decía John.
Nos cuesta creer que la vida tiene éstas cosas de sorprendernos. Mañana nos podemos encontrar con nuestra futura: novia, esposa, madre de nuestros hijos, jefe, amigo perdido que precisa una mano, vecino. Nos podemos encontrar con el amor, la amistad, el trabajo, y también la muerte.
Me surge todo esto a raíz de la muerte del violinista Julián. Desde el lunes que no está, intentó cruzar de andén por las vías en la estación Malabia, y el subte lo despedazó, quebró las maderas de su violín para nunca mas sonar en éstas tierras. Me percaté hoy de su ida, de casualidad, entrando a un diario del subte, al cuál nunca entro, de casualidad. Agradezco que el lunes cuando salía de la facultad y me encontraba con la gente amontonada en la boca de subte, diciendo que estaba cerrado por que una persona había sido arrollada, no haya dicho como otras veces: “la puta madre, se lo ocurre suicidarse y justo lo hace ahí jodiendo al resto” ó “estos ineptos del subte, ¿tanto se demoran en levantar un cuerpo?”. Siento vergüenza y asco por mí al pronunciar esas frases. El tocaba en el subte, en la Línea B. Recuerdo su sonido como si lo hubiese oído ayer. Yo con mis apuntes manchados de algoritmos, axiomas e integrales, leyendo a último momento, nervioso, transpirando, preocupado, o simplemente cansado, y él subiendo en Malabia dirección Alem, con su violín, parándose frente a la puerta automática, apoyando su amplificador, con su figura de hombre rechoncho, con sus rulos, su semblante moishe fresco y alegre, tocando a colaboración de los pasajeros y amansando a las fieras. Tenía la mirada de quién hace algo por el solo hecho de hacer lo que le gusta. Y lo hacía muy bien. Soy un simple oyente de música popular, no tengo el oído tan fino como para discernir y juzgar si merecía tocar en el Colón, pero había logrado algo que muy pocos consiguen, trascender en la vida de otros. El trascendió, podrá haber otros, pero muchos no lo olvidaremos, y le diremos a nuestros hijos, hermanos menores y amigos, que nosotros vimos un violinista que tocaba desde Bach a Piazolla, desde los Beatles a Pantera, y que murió haciendo lo que amaba.
Pocas veces, así como de yapa, la vida te da la oportunidad de pararte arriba de la silla, mirar para atrás y ver cuánto has influido en la vida de los otros. Para bien o para mal, aquella frase que se escapó de tu boca mientras caminabas apurado sin pensar, se quedó para siempre en el cerebro de tu interlocutor, y se convirtió sin que te des cuenta en frase de cabecera, en rencor, en amor, en ley. Vive como si fuese tu último día, actúa como un instrumento de Dios para el bien, actúa con amor y la vida misma sin que te des cuenta, con vos como un actor ficticio que no sabe qué esta siguiendo un guión, te hará trascender.